Cinefilias digitales

11 08 2020

Cualquier obra cinematográfica convencional intentará reproducir la disposición ya existente: una proyección para un público, que a fin de cuentas no es público, en el que la participación y la explotación se vuelven indistinguibles. Pero una articulación política cinematográfica debería inventar algo completamente diferente.

Hito Steyerl 

Los condenados de la pantalla (Argentina: Caja Negra, 2014) 79

La humanidad se ha puesto a prueba con la pandemia Covid-19 y todas las reflexiones se acentúan desde el umbral que atravesamos. Agravada por el aislamiento temporal en el que nos encontramos, nuestra época está marcada por desencuentros y reencuentros del público con las obras y sus creadores. Los sustantivos se han ensanchado y los espectadores que hasta hace 20 o 30 años eran consumidores, se han volcado como parte de la producción mediática y la opinión pública. Los circuitos que se han generado con la explotación, la preservación y la intervención de materiales provenientes de formatos analógicos que en este siglo han migrado plenamente al formato digital, ampliaron y masificaron títulos que estuvieron constreñidos a circuitos reducidos de aficionados. Cuando parecía que se le tomaba la medida al nuevo orden mundial, nuevas crisis han emergido con inmensos desafíos agravados por las desigualdades tecnológicas, económicas y sociales, lo que ha justificado el lugar de la cultura y la creación artística frente a la reorganización del consumo en la vida digital.

Desde 2007 –considerando la aparición de Netflix por streaminglas plataformas digitales han vivido un incesante desarrollo y consolidación que han ampliado los catálogos con títulos de todo el mundo y detonando la producción de series en muchos países. Se ha reinventado la televisión por cable y las redes sociales han servido para acelerar las recomendaciones que se hacen de las películas con sus trailers de avances, que se han consolidado entre los géneros publicitarios junto al cineminuto y el cortometraje.

A su vez, los archivos en línea como The Internet Archive se mantienen activos y en los territorios de las fonotecas, cinetecas, fototecas y filmotecas en línea, paulatinamente echan raíces las ofertas de las entidades públicas que han aportado materiales invaluables al acceso de investigadores, estudiantes y público en general, con la vocación de preservar y la misión de poner a disposición de lectores y espectadores, decenas de miles de imágenes fijas y en movimiento, con acervos documentales, sonoros, escritos, visuales y audiovisuales para surtir y nutrir la curiosidad por ver aquello que se reconoce por sus valores artísticos, testimoniales y culturales.

En ese campo, los proyectos curatoriales y de investigación audiovisual se ven enriquecidos desde las líneas de programación que dan secuencia, diversidad, actualidad y memoria a la posibilidad de ser parte de la esfera pública a través de la selección y proyección cinematográfica. También la selección se topa con preguntas sobre las formas de elegir y delimitar ese conjunto de títulos para ser compartidos. Hace tiempo que se dificultaron las cosas para los brujos que guardaban secretos y contaban con catálogos reservados a coleccionistas y amantes o amateurs, que alimentaban con sus programaciones el pulso de circuitos culturales, porque la horizontalidad de Internet, hizo real la democratización de contenidos que transitaron en las moviolas y las vitrinas de las cinetecas a las antenas televisivas y los discos compactos hasta fundirse en código binario. Esos mares audiovisuales han traído obras maestras, géneros de explotación de fórmulas y estereotipos, basura de lujo, copias inconseguibles, cineastas emergentes, egresados de las escuelas de cine, realizadores amateurs y tesoros guardados y digitalizados que detonaron una cinefilia 2.0 en donde los usuarios también participan como productores de contenido que se distribuye a la vez, en esos robustos canales como Youtube, que pueden ser vinculados a los soportes de Google, Windows y otros. 

En la dieta personal y colectiva es recomendable un balance de elementos que aproveche y ensanche el trabajo de los algoritmos, tomando otras rutas y aceptando el azar como parte de los procesos, en los que caben la recomendación de los otros, las referencias que se generan en los medios de comunicación y las señales que llevan consigo los clásicos, las obras maestras que esperan pacientemente su encuentro con nuevos públicos. Más allá del prestigio de una película, en los textos de presentación, las intervenciones a través de video o podcast, y en las crónicas de los eventos se reflejan los intereses y la personalidad colectiva de los grupos, con la posibilidad de dar cuenta y extender con párrafos, diseño gráfico y secuencias, las motivaciones e ideas detrás de los apetitos y los procesos de recepción crítica con diversos públicos que confluyen activamente, desde hace cinco meses en la virtualidad. 

Claves del cine-debate

El protocolo y las herramientas para la moderación sigue siendo la arena de los cineclubes en donde se abren ventanas para profundizar en la obra fílmica. El evento, ya sea en forma presencial o de manera virtual como nos hemos visto obligados a experimentar en plataformas digitales, se puede desarrollar a través de la moderación compartida, en el que se da la bienvenida, y al presentarse el título, autor y año, se dan claves temáticas, estéticas y narrativas de la película que se verá, para retomar esos hilos durante el debate y elaborar con los comentarios del público, distintos ángulos que destaquen los valores plásticos, escénicos y políticos, considerando un momento para escuchar las voces de los participantes y contando con preguntas que funcionen para detonar nuevas participaciones. La práctica del cine-debate tiene otra fase al retomar las notas escritas durante la sesión y la elaboración de una crónica que documente el evento y con cierta distancia, aporte un retrato de las opiniones y argumentos que despertó la película, completando una postal del momento que se produjo en ese encuentro de miradas, palabras y escrituras.

Gabriel Rodríguez Álvarez, 10 de agosto 2020